Hasta ahora las tres reseñas de libros que llevo escritas son autores japoneses, dos de ellas dedicadas al mismo autor, Yukio Mishima.
No quiero parecer esnob, ni sumarme sin condiciones al carro de la moda por la literatura japonesa, si leo a japoneses es, porque mi pequeña cabeza, tiene la sensación que no encontraré una civilización, una forma de entender la vida más opuesta a la nuestra que la japonesa, craso error, pues después de leer a estos autores compruebo que el Eros y el Tanatos, se encuentran en todas partes. Aunque esta similitud pueda deberse a las trampas que puede tendernos la traducción. El japonés me queda demasiado lejos para leerlo; en otra ocasión reseñare una traducción de Acantilado de “El Ganso Salvaje de Ogai Mori”, pero ahora quiero reseñar este pequeño libro “En ausencia de Blanca” recomendado por un amigo que se empeña en llamarme maestro y que encarecidamente me recomienda que lea a este comprovinciano que es Antonio Muñoz Molina, y asumiendo que quizás su Jinete polaco, sea demasiado denso, me ha hecho comenzar por algo ligero, esta “ausencia de”, de la que quiero dejar memoria por escrito.
No quiero parecer esnob, ni sumarme sin condiciones al carro de la moda por la literatura japonesa, si leo a japoneses es, porque mi pequeña cabeza, tiene la sensación que no encontraré una civilización, una forma de entender la vida más opuesta a la nuestra que la japonesa, craso error, pues después de leer a estos autores compruebo que el Eros y el Tanatos, se encuentran en todas partes. Aunque esta similitud pueda deberse a las trampas que puede tendernos la traducción. El japonés me queda demasiado lejos para leerlo; en otra ocasión reseñare una traducción de Acantilado de “El Ganso Salvaje de Ogai Mori”, pero ahora quiero reseñar este pequeño libro “En ausencia de Blanca” recomendado por un amigo que se empeña en llamarme maestro y que encarecidamente me recomienda que lea a este comprovinciano que es Antonio Muñoz Molina, y asumiendo que quizás su Jinete polaco, sea demasiado denso, me ha hecho comenzar por algo ligero, esta “ausencia de”, de la que quiero dejar memoria por escrito.
Al principio, como en toda obra recomendada y elogiada, tuve reticencias, ahora, y ya leída, he de reconocer la maestría de Antonio Muñoz Molina: se me ha hecho muy fácil identificarme con el comprovinciano bajito que por azar del destino conquista y se enamora de una hermosa y cosmopolita mujer, sí, es algo que cabe dentro de mis fantasías, así, el temor a la increíble fortuna de tenerla y la posibilidad cierta de perderla me acercan a la psique del protagonista. El narrador juega con esa tensión entre la increíble felicidad de Mario y su temor a despertar, que el sueño se derrumbe y amanezca solo, en su cama de matrimonio de hombre soltero y acomplejado.
Muñoz Molina recrea la historia de un hombre derrotado por la vida, que vive en una tregua perpetua, resignado y ya indiferente a la provisionalidad de su situación, ya consciente de que el ser con el que comparte su vida no existe, es otra persona distinta, a la que contempla desde una amarga luz nueva. Blanca es el eje de este largo cuento, en torno a la cual gira la vida de Mario.
Es excelente en mi opinión el paisaje de fondo de la ciudad del relato, mi propia ciudad, con sus estrechos límites y su provincialismo congénito, maravillosa en mi opinión, su descripción de sus circunstancias y de su agobiante clima.
Una nota final: aunque es un gran relato, no me gusta esa identidad entre el provinciano acomplejado, frente al cosmopolita capitalino que a modo de cliché usa Antonio Muñoz Molina, para conseguir la identidad entre el lector y la obra me parece, sin duda, magistral, pero no sé (no creo) si sería capaz de vivir, soportar, ese estado de infelicidad permanente en que viven sus protagonistas, durante más y más páginas. Esa es mi pensamiento; dejo abierto el debate.