Hace
poco he terminado tu último trabajo, y, (cómo lo haces), me has vuelto a dejar
con un ese regusto triste que deja lo que no quieres que acabe.
Aun te recuerdo, en la tele, un
personaje más, escritor, poeta, amigo de Serrat, tan amigo de todos (y que
de todos saca provecho), había musicado
tus poemas. Te veía con tu acento uruguayo o porteño, (disculpa mi ignorancia),
una cara cuadrada con unos ojos oscuros y vivos, tu bigote gris a juego las sienes blancas y tus oscuros
aladares. Tenias pinta de ser un hombre entrañable, siempre igual, inmutable. Puedo
decir que te conocía, pero no es cierto, porque cuando te leí por primera vas y te mueres.
Recuerdo esa lectura, en una silla junto al
muro que separa mi parcela de la finca de mi tío. Estaba arreglado, por que
supongo que tenía que subir a Jaén, puede que fuese Domingo, no quiero mirarlo
en el calendario, pero creo recordar que si estaba vestido, es que me iba.
No sé... solo sé que te leí. Ese libro de cuentos aún estará entre esa batahola que no puedo
llamar biblioteca, enterrado bien hondo, con Quiroga, Borges, Cortazar, Vargas Llosa,
García Márquez y demás que leí y olvidé, entre los que (que Dios me perdone) estarías
tu si no se te hubiese ocurrido morirte al día siguiente. Y bueno, te moriste veterano; y te olvidé de
nuevo, leí algo de tus últimos días en el País, que tu optimismo se acabó
cuando murió tu mujer y que te dejaste, te hundiste en lo oscuro y hasta ahí
puedo recordar.
Este verano encontré el libro de un joven
que se atreve a discurrir como un anciano al que la vida ¿Dios? le da una
segunda oportunidad, una Tregua, antes
de alcanzar la sima de la desdicha, y no me dejaste indiferente. Ahora
encuentro el libro de un anciano que habla como un hombre maduro (gracias),
exiliado, amante de su país y de la justicia, que se interroga por el futuro y
que ¿qué cosas? profetiza un mundo que ya llegó. Veterano, si hubieses
vivido un poco más quizás tendríamos más certezas, ahora, sin ti, como adivinar.
Querido Mario, apenas te conozco, apenas he
entrado en tu mundo, en un continente misterioso, rico y futuro, dominador de
esta lengua que más que española es americana y en la que Mario, reconozco tu magisterio,
tu fluidez, tu ingenio a veces artificioso, tu arte de narrador, cuentista
sensual, relator de la carne y el cuerpo amante y humillado. Querido Mario y
querido Uruaguay, querida América donde está el futuro, mientras aquí nos
encenagamos con el pasado, al que hacemos presente, para enlodar el futuro
(BZ et all.).
Querido Mario, ahora que no estás te
encuentro. Ya sé que no sos inmortal, que la vida es una nada más y que ya la
viviste, y que tus libros, los libros, son solo simulacros, vidas ficticias, pero
querido Mario, cuando cerré tu libro, no pude evitar el vacio y la angustia que acompañan a la
incomunicación.
Querido Mario, gracias por este regalo. Ahora cambio de tercio. Nos volveremos a encontrar.
Maestro, me quito el sombrero. Excepcional texto el tuyo, casi tanto quizás como el escritor cuyas palabras han inspirado las tuyas. Reconozco que me complicas un punto más esta vida trastornada que aspira a hacerlo todo, como si a turnos de veinticuatro horas fuera suficiente, al plantear la lectura de Benedetti, una vez más, como algo necesario. No he leído nada suyo, vuelvo a decirte una vez más, y una vez más siento la urgencia de abrir cualquiera de sus libros.
ResponderEliminarGracias a ambos, en la vida y en la muerte. Un abrazo.
(Aprovecho para felicitarte por el lavado de imagen del blog. Enhorabuena :D )