He de escribir sobre
un juguete. Bueno… debo decir que tuve bastantes, pero no me han dejado huella.
Por circunstancias fui bastante regalado en mi infancia, y además fui el pequeño de una decena de primos mayores, cuyos
juguetes fui heredando, así que nunca me faltaron. Recuerdo algunos: un
borriquito de peluche, (llegue a tener dos a la vez) en el que cabalgaba, un
Petete, que me dio mi apodo, o unos sobres con soldados de plástico, que me
compara mi padre los sábados cuando salíamos de paseo, y que están entre los
mejores recuerdos de mi infancia. Ahora, ¿Dónde están mis juguetes? fácil, los
perdí.
De pequeño fui un
gran destrozón, (aun de adulto soy un poco Adán), y no valoraba lo que tenía,
además, no me gustaban tanto los juguetes como lo que hacia con ellos, me pasaba
horas alineando a mis soldados en la mesa del salón, en un enorme desfile que
me dejaba embelesado. Creo que fui un niño bastante observador (y que también vio mucha tele ¡ojo!) y con eso
me bastaba, además, andando el tiempo las tornas se volvieron, y he sido yo el
que ha ido dando sus juguetes a los hijos de mis primos, y eso justo cuando empecé
a crecer y a ver los juguetes como los ven los demás, objetos que te ayudan a
recordar la infancia y a los que de vez en cuando volver, y aunque es
desagradable ver tu Goleta de Playmobil, flotando, con el mástil roto y la vela
desgajada, en la piscinita de tu sobrino, o experimentar el berrinche que mi
hermana, no tan pequeña, agarró cuando di el Telesketch a nuestra prima del
pueblo. Pero todo eso fue un pago, una compensación a los hijos de los que
perdieron sus juguetes por mi culpa. Mucho tiempo después he soñado con mis
soldaditos y sus épicas batallas en las junglas de los arriates o en las arenas
del desierto en una obra junto a mi casa, o con los Tentes, que al principio
montaba siguiendo unas instrucciones, que terminaba perdiendo, y que luego unía
con total libertad.
Ahora, aunque suene triste, no conservo
ninguna de las dos cosas. Pero no me
importa, porque aun recuerdo, su color, su forma, es lo que de verdad echo de
menos. Pero ahora tengo que hablar cómo a través de los juguetes aprendí a
mirar a leer y más cosas
Aunque sea raro, es
la pura verdad, aprendí antes a mirar que a jugar y la primera vez que mis ojos
se abrieron al mundo fue con ayuda de la
tele y un tebeo del Pájaro Loco que, (como no) era de uno de mis primos. Me explico:
De pequeño pasaba
mucho tiempo en casa de mis tíos, y como mis primos tenían cierto interés en preservar
sus recuerdos del destrozón de Juanma, para entretenerme y alejarme de sus cosas, o me dejaban viendo
la tele o daban sus viejos libros, misceláneas de tebeos de Disney, Pulgarcito
y el Pájaro Loco, que ellos ya no leían. Aclaro que mi niñez fue la edad dorada
de la programación televisiva infantil con dibujos animados desde las tres
hasta casi las ocho de la tarde. Al principio yo no entendía nada, veía un montón
de figuras llenas de color y hablando con un acento extraño, otras veces me daban
los libros y seguía entretenido. Eran como otra tele, con los mismos
ingredientes, unos personajes dibujados moviéndose, solo que en tebeo.No tenían
un acento raro, a falta de voz había letras, sí, pero yo no las veía. En el
Colegio ya habíamos pasado de los palotes y empezábamos a unir la letras “la Ele
con la A, LA, la Ele con la E, LE, la Ce con la A, CA”, y apenas habíamos
comenzado a encadenar frases estilo MI-MA-MA-ME-MI-MA, puede parecer que estaba aprendiendo a leer
pero no, por mucho que leyese, LA CA-SA GRA-DE, EL NI-ÑO PE-QUE-ÑO, no era
capaz de aprehender, aun no veía.
Hasta ahí todo
normal, entonces ocurrió, fue algo maravilloso estaba con un tebeo en las
manos, deletreando, tenía un dibujo y un bocadillo con un texto que iba
deletreando como me estaban enseñando en la escuela. De repente fue como si
algo se desvelase, las palabras aparecieron ante mis ojos, ¡sabía leer!, y lo dije “¡Se leer!, ¡se leer!”, pero no
eso. Había comenzado a mirar, ahora lo comprendo, simplemente contemplaba las letras
cuando de repente mi cabeza empezó a agruparlas, apareció una imagen y ese fue
el texto del bocadillo del Pájaro Loco. Fui consciente de que había pasado algo
maravilloso, que sabía leer y yo tan contento se lo dije a todo el mundo, pero
había hecho algo más que ahora con el tiempo he ido descubriendo, había abierto
la puerta de uno de mis sentidos, la vista, y lo exploté al máximo, por que
comencé a leer con furia, primero todos los tebeos de mis primos, y después los
libros que había de adorno en la estantería
de casa, e incluso me atreví a
leer en ingles los tebeos de Asterix de mi primo Salvador, me llevaba los
libros a la cama y leía, leía y leía en voz alta, hasta que un buen día me
abuela me dijo que o leía para mí o me daba un zapatillazo, promesa que no
recuerdo si llego a cumplir, pero que tuvo el efecto de que aprendí a leer en
silencio. Mi furia lectora se fue moderando, pero está en la base de mucho de
lo que ahora soy, porque no aprendía a leer, aprendí a ver a contemplar, a
quedarme embobado mirando las nubes, los colores de las plantas, las formas de
las piedras, leía tanto como miraba, y eso creo que me volvió, sino más
inteligente, más sensible a las cosas del mundo para lo bueno y para lo malo,
aunque ahora, me da un poco igual, quiero rememorar y recrear lo que me hizo
feliz cuando era un niño, seguir jugando y aun más, hacer desfilar a mis
soldados de nuevo, armar casas y castillos con las piezas de un tente, ordenar
las palabras formar con ellas imágenes, sensaciones, texturas objetos, en fin
seguir jugando pero ahora elevándome al cubo, dando el paso lógico hacia la
literatura, esperando, que un día el velo caiga y descubra que se escribir.
Con el tiempo vamos cambiando los juguetes, muchos damos paso a otros juegos, juegos elaborados con letras que van configurandose como el texto que tú acabas de formar, dando así vuelo a la imaginación haciendo a la vez que desde aquí tambien descubramos todo lo que tan bien has narrado.
ResponderEliminarFelicidades buenas descripciones.
Un saludo.