jueves, 24 de marzo de 2011

Reconstrucción



Llevo varios días dándole vueltas a un sueño. En algún lugar leí que los sueños son basura, trozos de recuerdos que se le escapan a las neuronas mientras dormimos y que luego de algún modo toman una forma coherente. Esa es una definición. En otro lugar leí también que podemos controlar los sueños –sobre todo las pesadillas- pero yo no controlo lo que sueño. Soy más valiente en los sueños que en la vida real, y de la vida real me evado en mis sueños.
Hablando con un conocido él me dijo que el mucho dormir es uno de los síntomas de la depresión, y es seguro que he pasado por periodos así, en que lo único que he querido es dormir, dormir y dormir.
El sueño sustituye a la vida real y te ahorra el dolor, el miedo, te ahorra vivir, y desde esta premisa, el suicidio seria la consecuencia lógica y extrema ¿o no es la muerte el sueño eterno? ¿Justifica el sueño la muerte? Por fortuna el instinto –o la cobardía- nos hace alejarnos de la muerte –y del dolor-. La no animalidad es la que nos lleva a la muerte o a la infelicidad, la infelicidad y el dolor te llega o lo buscas, en cualquier caso el dolor lo creo parcialmente controlable; una relación envenenada puedes evitarla, puedes gestionarla y siempre te queda la huida, una paz inquieta y un fantasma más. Llámalo cobardía pero por lo menos te proporciona algo de alivio.
Por eso prefiero lo difícil; controlar la vida y soñar libremente.

Estoy en el ferial, supongo que en un botellón –absurdo y fuera de lugar-, algo me pasa, algo que me ha disgustado, cojo mi coche y me voy enfadado y frustrado; arranco, llueve, el coche está en una explanada en cuesta: meto la primera y el coche resbala hacia atrás; intento controlarlo pero la gente a mi alrededor grita y doy contra algo, miro y he chocado contra un trono de Semana Santa, la gente que me rodea son unos nazarenos morados, publico y mantillas, me muero de vergüenza, todos me gritan y me siento agobiado, no se como salgo pero salgo de allí. Tengo miedo, tengo la sensación de haber echo algo muy grave, algo que no puedo arreglar, algo que traerá unas consecuencias que no podre asumir.
Estoy solo en el coche, sigue lloviendo, un coche grande se atraviesa delante de mi coche, alguien entra por la puerta de la izquierda, que ahora es al del acompañante. Es un hombre, -bien afeitado, vestido de forma respetable, bien posicionado, poderoso-, esta enfadado, se que me va ha hacer daño, quizá me pegue por lo que hecho.
- Sabes lo que has hecho, le has hecho dos bollos a los querubines de plata que doné al trono de la cofradía.
El hombre me lo dice de una forma colérica, he cometido un crimen que he de pagar caro, le he ofendido personálmente, a su patrimonio, siento una vergüenza inmensa, ya nunca volveré a tener paz. El hombre se va, esta noche es la última noche que soy libre, cojo la moto que abandoné hace años, moto vieja, de marchas y ridícula. Voy a la casa de mi tía en la parte alta, pero me encuentro la procesión en mi camino, no quiero ver el trono ni que me vean los nazarenos morados, intento escapar y llegar a la casa de mi tía, la moto hace mucho ruido, me relaja, me hace sentirme bien, no soy consciente de la sensación negativa que causo, lo frágil que es mi estado. No hay camino pero llego a su calle. Los nazarenos han llegado, no puedo pasar, intento dar la vuelta y me encuentro a una chica que conozco, me pregunta que hago, -no está sola, va con alguien, lo miro y nunca alcanzare a ser lo que es él y lo que tiene- , no tengo valor y me despierto no quiero acabar el sueño, no lo soporto.