sábado, 24 de diciembre de 2011

ANDAMIOS

Querido Mario:

                Hace poco he terminado tu último trabajo, y, (cómo lo haces), me has vuelto a dejar con un ese regusto triste que deja lo que no quieres que acabe.
Aun te recuerdo, en la tele, un personaje más, escritor, poeta, amigo de Serrat, tan amigo de todos (y que de todos saca provecho),  había musicado tus poemas. Te veía con tu acento uruguayo o porteño, (disculpa mi ignorancia), una cara cuadrada con unos ojos oscuros y vivos,  tu bigote gris a juego las sienes blancas y tus oscuros aladares. Tenias pinta de ser un hombre entrañable, siempre igual, inmutable. Puedo decir que te conocía, pero no es cierto, porque cuando te leí por primera vas y te mueres.

Recuerdo esa lectura, en una silla junto al muro que separa mi parcela de la finca de mi tío. Estaba arreglado, por que supongo que tenía que subir a Jaén, puede que fuese Domingo, no quiero mirarlo en el calendario, pero creo recordar que si estaba vestido, es que me iba. No sé... solo sé que te leí. Ese libro de cuentos aún estará entre esa batahola que no puedo llamar biblioteca, enterrado bien hondo, con Quiroga, Borges, Cortazar, Vargas Llosa, García Márquez y demás que leí y olvidé, entre  los que (que Dios me perdone) estarías tu si no se te hubiese ocurrido morirte al día siguiente.  Y bueno, te moriste veterano; y te olvidé de nuevo, leí algo de tus últimos días en el País, que tu optimismo se acabó cuando murió tu mujer y que te dejaste, te hundiste en lo oscuro y hasta ahí puedo recordar.

Este verano encontré el libro de un joven que se atreve a discurrir como un anciano al que la vida ¿Dios? le da una segunda oportunidad, una Tregua, antes de alcanzar la sima de la desdicha, y no me dejaste indiferente. Ahora encuentro el libro de un anciano que habla como un hombre maduro (gracias), exiliado, amante de su país y de la justicia, que se interroga por el futuro y que ¿qué cosas? profetiza un mundo que ya llegó. Veterano, si hubieses vivido un poco más quizás tendríamos más certezas, ahora, sin ti, como adivinar.

Querido Mario, apenas te conozco, apenas he entrado en tu mundo, en un continente misterioso, rico y futuro, dominador de esta lengua que más que española es americana y en la que Mario, reconozco tu magisterio, tu fluidez, tu ingenio a veces artificioso, tu arte de narrador, cuentista sensual, relator de la carne y el cuerpo amante y humillado. Querido Mario y querido Uruaguay, querida América donde está el futuro, mientras aquí nos encenagamos con el pasado, al que hacemos presente, para enlodar el futuro (BZ et all.).

Querido Mario, ahora que no estás te encuentro. Ya sé que no sos inmortal, que la vida es una nada más y que ya la viviste, y que tus libros, los libros, son solo simulacros, vidas ficticias, pero querido Mario, cuando cerré tu libro, no pude evitar el vacio y la angustia que acompañan a la incomunicación.

Querido Mario, gracias por este regalo. Ahora cambio de tercio. Nos volveremos a encontrar.

viernes, 16 de diciembre de 2011

De un taller de narrativa


He de escribir sobre un juguete. Bueno… debo decir que tuve bastantes, pero no me han dejado huella. Por circunstancias fui bastante regalado en mi infancia, y además fui el  pequeño de una decena de primos mayores, cuyos juguetes fui heredando, así que nunca me faltaron. Recuerdo algunos: un borriquito de peluche, (llegue a tener dos a la vez) en el que cabalgaba, un Petete, que me dio mi apodo, o unos sobres con soldados de plástico, que me compara mi padre los sábados cuando salíamos de paseo, y que están entre los mejores recuerdos de mi infancia. Ahora, ¿Dónde están mis juguetes? fácil, los perdí.

De pequeño fui un gran destrozón, (aun de adulto soy un poco Adán), y no valoraba lo que tenía, además, no me gustaban tanto los juguetes como lo que hacia con ellos, me pasaba horas alineando a mis soldados en la mesa del salón, en un enorme desfile que me dejaba embelesado. Creo que fui un niño bastante observador  (y que también vio mucha tele ¡ojo!) y con eso me bastaba, además, andando el tiempo las tornas se volvieron, y he sido yo el que ha ido dando sus juguetes a los hijos de mis primos, y eso justo cuando empecé a crecer y a ver los juguetes como los ven los demás, objetos que te ayudan a recordar la infancia y a los que de vez en cuando volver, y aunque es desagradable ver tu Goleta de Playmobil, flotando, con el mástil roto y la vela desgajada, en la piscinita de tu sobrino, o experimentar el berrinche que mi hermana, no tan pequeña, agarró cuando di el Telesketch a nuestra prima del pueblo. Pero todo eso fue un pago, una compensación a los hijos de los que perdieron sus juguetes por mi culpa. Mucho tiempo después he soñado con mis soldaditos y sus épicas batallas en las junglas de los arriates o en las arenas del desierto en una obra junto a mi casa, o con los Tentes, que al principio montaba siguiendo unas instrucciones, que terminaba perdiendo, y que luego unía con total libertad.

 Ahora, aunque suene triste, no conservo ninguna de las dos cosas.  Pero no me importa, porque aun recuerdo, su color, su forma, es lo que de verdad echo de menos. Pero ahora tengo que hablar cómo a través de los juguetes aprendí a mirar a leer y más cosas

Aunque sea raro, es la pura verdad, aprendí antes a mirar que a jugar y la primera vez que mis ojos se abrieron al mundo fue con  ayuda de la tele y un tebeo del Pájaro Loco que, (como no) era de uno de mis primos.  Me explico:

De pequeño pasaba mucho tiempo en casa de mis tíos, y como mis primos tenían cierto interés en preservar sus recuerdos del destrozón de Juanma, para entretenerme  y alejarme de sus cosas, o me dejaban viendo la tele o daban sus viejos libros, misceláneas de tebeos de Disney, Pulgarcito y el Pájaro Loco, que ellos ya no leían. Aclaro que mi niñez fue la edad dorada de la programación televisiva infantil con dibujos animados desde las tres hasta casi las ocho de la tarde. Al principio yo no entendía nada, veía un montón de figuras llenas de color y hablando con un acento extraño, otras veces me daban los libros y seguía entretenido. Eran como otra tele, con los mismos ingredientes, unos personajes dibujados moviéndose, solo que en tebeo.No tenían un acento raro, a falta de voz había letras, sí, pero yo no las veía. En el Colegio ya habíamos pasado de los palotes y empezábamos a unir la letras “la Ele con la A, LA, la Ele con la E, LE, la Ce con la A, CA”, y apenas habíamos comenzado a encadenar frases estilo MI-MA-MA-ME-MI-MA,  puede parecer que estaba aprendiendo a leer pero no, por mucho que leyese, LA CA-SA GRA-DE, EL NI-ÑO PE-QUE-ÑO, no era capaz de aprehender, aun no veía.

Hasta ahí todo normal, entonces ocurrió, fue algo maravilloso estaba con un tebeo en las manos, deletreando, tenía un dibujo y un bocadillo con un texto que iba deletreando como me estaban enseñando en la escuela. De repente fue como si algo se desvelase, las palabras aparecieron ante mis ojos, ¡sabía leer!,  y lo dije “¡Se leer!, ¡se leer!”, pero no eso. Había comenzado a mirar, ahora lo comprendo, simplemente contemplaba las letras cuando de repente mi cabeza empezó a agruparlas, apareció una imagen y ese fue el texto del bocadillo del Pájaro Loco. Fui consciente de que había pasado algo maravilloso, que sabía leer y yo tan contento se lo dije a todo el mundo, pero había hecho algo más que ahora con el tiempo he ido descubriendo, había abierto la puerta de uno de mis sentidos, la vista, y lo exploté al máximo, por que comencé a leer con furia, primero todos los tebeos de mis primos, y después los libros que había de adorno en la estantería  de casa,  e incluso me atreví a leer en ingles los tebeos de Asterix de mi primo Salvador, me llevaba los libros a la cama y leía, leía y leía en voz alta, hasta que un buen día me abuela me dijo que o leía para mí o me daba un zapatillazo, promesa que no recuerdo si llego a cumplir, pero que tuvo el efecto de que aprendí a leer en silencio. Mi furia lectora se fue moderando, pero está en la base de mucho de lo que ahora soy, porque no aprendía a leer, aprendí a ver a contemplar, a quedarme embobado mirando las nubes, los colores de las plantas, las formas de las piedras, leía tanto como miraba, y eso creo que me volvió, sino más inteligente, más sensible a las cosas del mundo para lo bueno y para lo malo, aunque ahora, me da un poco igual, quiero rememorar y recrear lo que me hizo feliz cuando era un niño, seguir jugando y aun más, hacer desfilar a mis soldados de nuevo, armar casas y castillos con las piezas de un tente, ordenar las palabras formar con ellas imágenes, sensaciones, texturas objetos, en fin seguir jugando pero ahora elevándome al cubo, dando el paso lógico hacia la literatura, esperando, que un día el velo caiga y descubra que se escribir.